Max Verstappen es un piloto tan excepcional que ni siquiera puede coronarse campeón del mundo de forma convencional, en caso de que alguien crea que eso es posible. Su primer título, el de 2021, desencadenó un temporal de rayos y truenos en los despachos de la Federación Internacional del Automóvil (FIA), por cómo los comisarios y Dirección de Carrera manejaron el desenlace de aquella explosiva última cita, en Abu Dabi, que terminó con el despido de Michael Masi, el director de orquesta por aquel entonces. La temporada pasada, en Suzuka, ni siquiera el propio Verstappen tuvo consciencia en un primer momento de haber ganado el Mundial, porque hubo que esperar a rehacer las matemáticas después de la sanción a Charles Leclerc que le permitió cantar el alirón. Y esta temporada, después de pasar el rodillo sin ningún miramiento y de ir reventando récords a la misma velocidad a la que conducía, el holandés celebró el entorchado en sábado, sin ni siquiera tener que cruzar la meta en la prueba al sprint, en Qatar, donde le bastaba con finalizar el sexto, independientemente de qué hicieran sus rivales, si es que en algún momento ha tenido alguno. La salida de pista de Checo Pérez, su vecino de taller y el único con opciones matemáticas para complicarle la vida, poco después de superar el ecuador (vuelta 11 de 19), permitió a su compañero lanzar el confeti antes incluso de lo que había planeado.

El hecho de resolver el campeonato de una manera tan atípica también tiene sus cosas buenas. De entrada, que técnicamente todavía quedan por disputarse seis paradas del calendario, circunstancia que permite que el holandés iguale en ese aspecto el demoledor paso de Michael Schumacher por aquel curso de 2002, metido en el Ferrari con el que certificó el cetro nada más ponerse el bañador (en julio).

La carrera al sprint en Doha estuvo marcada por el susto general que se instaló en el paddock después de que Pirelli, el suministrador de neumáticos, descubriera en sus análisis rutinarios que sus compuestos se abrían, como consecuencia de la acción de los agresivos pianos del trazado, sobre todo en la sección entre las curvas 12 y 13. Colocado el tercero en la parrilla, Verstappen se lo tomó con calma y no quiso meterse en líos, en una de sus jornadas más planas, y concluyó el segundo, por detrás de Oscar Piastri. Carlos Sainz finalizó el sexto y Fernando Alonso, el noveno.

A pesar de su último fogonazo en Losail, los números absolutos de Mad Max todavía están lejos de los del Schumi, por más que aún tenga toda una vida por delante para igualarlos, y quién sabe si superarlos. De momento ya se sienta en la misma mesa que leyendas de la dimensión de Ayrton Senna y Niki Lauda, tricampeones como él. Por si eso fuera poco, sus tres títulos han llegado de carrerilla, una inercia que antes solo acompañó a Juan Manuel Fangio, el Kaiser, Sebastian Vettel y Lewis Hamilton. Con las pistas que da acerca de la ambición que le mueve, que nadie duda que ya tiene la mirilla puesta en próximo, el cuarto, que le igualaría a Vettel y a Alain Prost, casi nada. Este año ha sido totalmente de Verstappen y de Red Bull, campeón de la estadística reservada a los constructores desde hace dos semanas, en Japón, seis eventos antes del final, superando a McLaren (1988) y Ferrari (2004), que remataron la faena con cinco pruebas de margen.

Si dejamos a un lado la inicial revitalización de Aston Martin, que la escudería de Silverstone (Gran Bretaña) no pudo mantener después del verano, el principal foco de atención lo monopolizó la marca del búfalo rojo y su niño maravilla, totalmente habituado a jugar al más difícil todavía. Además de establecer una nueva plusmarca en número de victorias consecutivas (10), el piloto nacido en Hasselt (Bélgica) también ha contribuido de forma decisiva en el interés colectivo de su equipo, que ha encadenado la mayor racha de triunfos de siempre (15), 14 si solo contabilizamos los de este 2023.

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