“¿Qué democracia? ¿Qué cristianismo?”: este ha sido el tema del Congreso de Teología, de la Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII, celebrado del 15 al 17 de septiembre. Ha contado con la participación de personas de diferentes continentes y con conferenciantes de África, América Latina, España y Polonia, especialistas en ciencia política, teología, sociología y antropología cultural. Ha tenido lugar en un clima de diálogo intercontinental, intercultural e interdisciplinar desde un enfoque feminista y en el horizonte de la teología de la liberación. Es la seña de identidad de estos congresos que vienen celebrándose anualmente desde 1981 de manera ininterrumpida, salvo en 2020, el año de la pandemia.

El tema es oportuno en un año de elecciones autonómicas, municipales y generales en España y en un momento en el que la democracia y el cristianismo están viviendo una profunda crisis. La democracia está sometida hoy al asedio del mercado y se siente amenazada por los diferentes sistemas de dominación: el capitalismo, el colonialismo, el patriarcado, el neo-imperialismo, el supremacismo blanco, el racismo, el neofascismo, los fundamentalismos, la extrema derecha: todos ellos, coaligados, son más poderosos que la democracia.

Ignacio Sánchez-Cuenca, catedrático de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid, mostró en su intervención que vivimos en una crisis política sin precedentes, en medio de un desorden político y de un individualismo neoliberal extremo. La política se ha tornado caótica e imprevisible. El listado de fenómenos extraordinarios producidos durante la última década resulta asombroso: la quiebra del Brexit, la elección de Donald Trump y su posible reelección, el auge de los partidos nacional-populistas en los países más prósperos de Europa, la involución autoritaria en Hungría y Polonia, una elevada volatilidad electoral, etc.

A su vez, la democracia contemporánea resulta incompleta y defectuosa porque se ha constituido sobre la exclusión de las mujeres, como afirmó en su conferencia Rosa Cobo, profesora titular de Sociología de la Universidad de A Coruña. El acceso de las mujeres a la ciudadanía en algunas partes del mundo, que ha costado tres siglos de lucha feminista, coexiste hoy con realidades sociales impuestas por el patriarcado, que vienen a deslegitimar la democracia: la división sexual del trabajo, la feminización de la pobreza, la falta de respeto social a las mujeres y nuevas formas de mercantilización de sus cuerpos. La respuesta a tan defectuosa democracia viene de la teoría de género y de los movimientos feministas, que resisten al patriarcado y luchan contra todo tipo de discriminación. “Cuando se quiere la democracia, se quiere el feminismo”, afirma Célia Amorós.

Si dirigimos la mirada a África, comprobamos que es un continente rico con una mayoría de la población empobrecida. Según el teólogo camerunés Cyprien Melibi, la democracia occidental ha generado, paradójicamente, una profunda inestabilidad democrática en dicho continente y ha producido una relación adúltera-incestuosa entre el cristianismo y el colonialismo, y ello “con la bendición apostólica”. Los valores de la civilización occidental llevaban en sí el veneno mortífero para el continente africano. La relación de Occidente con África se ha caracterizado por la apropiación de sus riquezas y la imposición de su cultura y de su religión. En el nuevo escenario global África puede jugar un papel importante en la construcción de un cristianismo decolonial y de una democracia que integre la pluralidad cultural y religiosa bajo el principio de la filosofía ubuntu: “Yo soy porque tú eres”.

El cristianismo se ve hoy amenazado por las organizaciones religiosas fundamentalistas que proliferan en su seno y fomentan discursos de odio contra los colectivos inmigrantes y refugiados, las minorías religiosas, étnicas y culturales, las personas LGTBIQ, el feminismo, la teoría de género, los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, la educación afectivo sexual en las escuelas, el matrimonio igualitario, etc. Estas organizaciones están en alianza con la extrema derecha política y conforman una nueva religión, el “cristoneofascismo”, contraria a los valores originarios del cristianismo. Tales discursos se traducen con frecuencia en delitos de odio y prácticas violentas. Lo más decepcionante es que una parte importante de la jerarquía católica mundial, y de manera especial la española, apoya a estos movimientos y a los partidos de la ultraderecha, de quienes se convierten con frecuencia en portavoces utilizando el Evangelio para fines espurios en contra de la ética liberadora del cristianismo.

La democracia está ausente de la Iglesia católica, que, según la teóloga polaca Antonina Wozna y la teóloga colombiana Carmiña Navia, se organiza al modo monárquico, jerárquico y patriarcal, es incompatible con la reflexión de género y constituye un freno para la práctica de la igualdad en su seno. Creo que la filósofa feminista Mary Daly está en lo cierto cuando afirma que “si Dios es varón, el varón es Dios”, como también lo está Kate Millet cuando asevera que “el patriarcado tiene siempre a Dios de su lado”. El feminismo y la teología feminista son instancias críticas de las discriminaciones que se producen en las iglesias cristianas y ofrecen propuestas para su democratización inclusiva de género.

Tras estos análisis es obligado responder a las preguntas del título. Es necesario imaginar nuevas posibilidades democráticas y articular otras articulaciones entre la democracia representativa y la democracia participativa y entre estas y la democracia comunitaria de las comunidades indígenas de América Latina, Asia y África. Hay que avanzar hacia una democracia radical, de base, contrahegemónica, anticapitalista, anticolonial, que reconozca la justicia y la igualdad de género y frene la mercantilización de la vida.

El cristianismo del futuro no puede reproducir el modelo institucional patriarcal, aliado con el poder y con los movimientos religiosos integristas. Es necesario imaginar y activar un cristianismo no dogmático, liberador, igualitario, compasivo con las víctimas del neoliberalismo, inclusivo de las diferentes identidades étnicas, culturales afectivo-sexuales, vinculado con los movimientos sociales y solidario con las personas más vulnerables, los colectivos empobrecidos y los pueblos oprimidos.

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